lunes, 3 de noviembre de 2008

El pequeño filósofo Azorín









Las ventanas






¿Vosotros no habéis visto una pequeña ventana desde lo alto de un monte? Yo lo explicaré: cuando vaya de vencida la tarde, subís a una montaña alta, en que hay barrancos rojizos con verdes higueras en el fondo, y en el que tal vez un allozo hace surgir entre las peñas su tronco atormentado. La tarde cae tranquila y silenciosa: vosotros os sentáis en un terreno; al lado vuestro, en una mata de lentisco, una araña os mira con sus ojos crueles y luminosos desde el fondo de su embudo de seda; a lo lejos tintinea dulcemente la esquila de un ganado. Entonces vosotros sacáis de un cilindro de recio y viejo cuero un catalejo enmohecido, en uno de cuyos tubos pone con letra inglesa London; y miráis el panorama verde y suave…Las montañas cierran en la lejanía con una pincelada azul en el horizonte; las viñas cubren con su alfombra de verde claro el llano; una manchita blanca se divisa imperceptible allá en la inmensidad, en el repliegue de una ladera.

Vosotros dirigís hacia allí el catalejo, y veis, en lo alto de un cerro, un castillejo moruno con su torreón desmochado, y abajo, en el declive, un tropel de casas con fachadas blancas. Mirad bien estas casas: todas tienen ventanas; pero entre todas habrá una con una ventana pequeña; misteriosa, que hará que vuestro corazón se oprima un momento con inquietud indefinible… Yo no sé lo que tiene esta pequeña ventana: si hablara de dolores, de sollozos y de lágrimas, tal vez al concretarla, no expresaría mi emoción con exactitud; porque el misterio de estas ventanas está en algo vago, algo latente , algo como un presentimiento o como un recuerdo de no sabemos qué cosas…

Yo he visto en mi niñez muchas fotografías, con pequeñas ventanas, de pueblos que jamás he visitado, y al verlas he sentido esta extraña inquietud de que el poeta Baudelaire también hablaba.




Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
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