lunes, 16 de marzo de 2009

La Colmena




Doña Rosa.




Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao (1). Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata (2) por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa (3), cuando está a solas, y bebe ojén (4), buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía (5).
-El padre de Navarrete, que era amigo del General Don Miguel Primo de Rivera, lo fue a ver, se plantó de rodillas y le dijo: mi general, indulte usted a mi hijo, por amor de Dios; y Don Miguel, aunque tenía un corazón de oro, le respondió: Me es imposible amigo Navarrete; su hijo tiene que expiar sus culpas en el garrote.
¡Qué tíos! –piensa-, ¡hay que tener riñones! Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y par abajo, sonriendo a los clientes a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura.








Camilo José Cela. La Colmena

lunes, 9 de marzo de 2009

Consejos Inútiles






Instrucciones


para subir una escalera



Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso









Julio Cortázar

domingo, 8 de marzo de 2009

Mala hierba





Mala Hierba


Roberto se había levantado de la cama y, vestido con su traje de calle y sentado a una mesa llena de papeles, escribía. El cuarto era una guardilla trastera, baja de techo, con una gran ventana a un patio. El centro del cuarto lo ocupaban dos estatuas de barro, de un armazón interior de alambre, dos figuras de tamaño mayor que el natural, descomunales y estrambóticas, que estaban solamente esbozadas, como si el autor no hubiera querido acabarlas; eran dos gigantes rendidos por el cansancio, los dos de cabeza pequeña y rapada, pecho hundido y vientre abultado y largos brazos simiescos. Los dos parecían agobiados por el abatimiento profundo. Frente a la ventana, ancha, había un sofá tapizado con una percalina floreada; en las sillas yen el suelo se levantaban estatuas medio envueltas en trapos húmedos; en un ángulo aparecía una caja llena de pedazos secos de escayola, y en un rincón, un lebrillo con barro. De cuando en cuando, Roberto miraba a un reloj de bolsillo colocado sobre una mesa entre los papeles; se levantaba y daba unos paseos por el cuarto. Por la ventana, en las galerías de la casa de enfrente, se veía pasar mujeres desharrapadas y sucias; de la calle subía una barahúnda
ensordecedora de gritos de las verduleras y de los vendedores ambulantes. A Roberto, sin duda, no le molestaba aquella continua algarabía, y al cabo de poco rato se sentaba y seguía escribiendo.

Mientras tanto, Manuel subía y bajaba las casas de toda la calle en busca de Roberto Hasting. Hallábase Manuel con decisión para intentar seriamente un cambio de vida; se sentía capaz de tomar una determinación

-¿Y quién es don Roberto?
-El rubio..., el estudiante amigo de don Telmo.
-¿El niño litri aquél...? ¡Yo qué sé!
-¿Ni dónde trabaja tampoco?
-Creo que da lecciones en la Academia de Fischer.
-No sé en qué sitio está esa academia.
-Me parece que en la plaza de Isabel Segunda
-contestó el Superhombre de un modo displicente, mientras abría la puerta de cristales con un llavín y entraba.

Manuel fue a la academia; aquí, un ordenanza le dijo que Roberto vivía en la calle del Espíritu Santo, en el número 21 o 23, no sabía a punto fijo, en un piso alto, donde había un estudio de escultor. Manuel buscó la calle del Espíritu Santo; la geografía de esa parte de Madrid le era un tanto desconocida. Tardó en dar con la calle, que estaba en aquellas horas animadísima; las verduleras, colocadas en fila a los lados de la calle, anunciaban sus judías y sus tomates a voz en grito; las criadas pasaban con sus cestas al brazo y sus delantales blancos; los horteras, recostados en la puerta de la tienda, echaban un párrafo con la cocinera guapa; corrían los panaderos entre la gente con la cesta en equilibrio en la cabeza, y el ir y venir de la gente, el gritar de unos y de otros, formaban una barahúnda ensordecedora y un espectáculo abigarrado y pintoresco. Manuel, abriéndose paso entre el gentío y las cestas de tomates, preguntó por Roberto en los números que le indicaron; no le conocían las porteras, y no tuvo más remedio que subir hasta los pisos altos y enterarse allí. Después de varias ascensiones dio con el estudio del escultor. En el extremo de una escalera sucia y oscura se encontró con un pasillo en donde charlaban unas cuantas viejas.

Pío Baroja.

El Eclipse. A Monterroso










El Eclipse




Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible, que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.


Augusto Monterroso

Cien años de Soledad








Cien Años de Soledad







Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.

En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano. «La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra.






Gabriel García Márquez

domingo, 1 de marzo de 2009

Libros electrónicos









El sector editorial se debate entre el papel y el imparable avance del soporte digital Un enviado del futuro ha puesto la galaxia Gutenberg patas arriba. El libro electrónico es el tema de conversación definitivo -con permiso de la crisis- en el mundo editorial de 2009. Están los apocalípticos -que niegan la revolución digital y proclaman la insuperable mística del libro-, los integrados -al día del último ingenio- y los despistados -la mayoría-. Dos años después de la aparición del Kindle, el e-book de Amazon, ha vendido medio millón de unidades y se ha convertido en el símbolo de esa revolución. La cara visible de un giro copernicano lleno de malentendidos y preguntas.
- ¿Por qué se ve como una amenaza? Básicamente, por ser lo que más se parece a un libro después del propio libro. Pese a lo que podría dar a entender la terminología cibernética, la pantalla de un libro electrónico tiene más en común con una página de papel que con el monitor de un ordenador. Empezando por la llamada tinta electrónica. Permite que el texto no parpadee y que los píxeles, enemigos de la salud ocular, se eliminen de la ecuación. La vista no se cansa porque la pantalla, al contrario que la de una computadora, no está retroiluminada; necesita un foco de luz externo.
Todos destacan dos virtudes en el libro electrónico: su capacidad y su peso. El eReader, de Sony, principal competidor del Kindle, permite almacenar 160 títulos y pesa 260 gramos, menos que un best seller de tapa dura. Además, se puede subrayar, aumentar el cuerpo de la letra y cambiar los márgenes para facilitar la lectura.
Para liar aún más el asunto, la aparición de Kindle2, a la venta esta semana en EE UU, ha añadido otro fente a la batalla. Puede leer textos en voz alta, lo que ha provocado un nuevo litigio: los derechos de audio han de pagarse aparte, cosa que el dispositivo de Amazon no hace.
- ¿Está preparada la industria española? "Es una herramienta fantástica y si no le prestamos la atención que merece nos equivocaremos", opina el escritor Juan José Millás. "Parece mentira que nadie se preocupe por esto. Yo le pregunté a mi agente sobre el tema y me dijo que no sabía nada. Mal hecho. Es un cambio tan grave como aquel al que se enfrentaron las fábricas de hielo con la llegada de los frigoríficos". La situación del libro digital en España es una pescadilla que se muerde la cola: se venden pocos dispositivos de descarga porque hay pocos contenidos para descargar. Y viceversa. Leer-e tiene 750 títulos. En EE UU, Amazon ha puesto al alcance de su Kindle2, segunda versión del cacharro, 230.000. Además está el precio de los dispositivos, de 400 a 700 euros. Todos coinciden en que el boom llegará cuando se acerque a los 100.
- ¿Se piratearán las novelas? Parece inevitable establecer paralelismos entre el sector editorial y la maltrecha industria musical. Desde luego, hay enseñanzas que aprender de la debacle ajena. La piratería no parece que se vaya a extender como el contagio planetario que tocó en suerte a la música o el cine; las barreras idiomáticas son importantes esta vez. El sector del libro se defiende de momento echando mano de un guirigay de formatos y de sistemas de DRM, similares protecciones anticopia a las que iTunes, plataforma musical de Apple, ha acabado por eliminar ante el avance de la tecnología. Para Javier Martín lo difícil es copiar el formato exacto: "Ya hay miles de libros en la Red. Sobre todo en América Latina, donde se escanea y se cuelga casi todo. Pero no es igual un PDF que un archivo específico de e-book".
- ¿Cuándo será historia el papel? Nunca. En eso coinciden todos los expertos. La pregunta parece ser más bien cuándo la nueva tecnología superará en ventas al viejo libro. En el extremo del triunfalismo cibernético se sitúa Juan González de la Cámara, fundador de Grammata, empresa granadina que comercializa Papyre ("el único libro electrónico español", del que se han vendido "4.500 unidades") considera que en 10 años el 95% de lo que leamos será digital. "Soy capaz de apostarme una cena con quien opine otra cosa". Sin ir tan lejos, en la última feria de Francfort se hizo pública una encuesta entre mil profesionales del sector con una conclusión: en 2018, los libros electrónicos superarán en volumen de negocio a los editados en papel.
Según José Antonio Millán, autor del informe La lectura en España, uno y otro serán complementarios: "El papel desaparecerá en manuales de instrucciones y guías de viaje". ¿Y los libros de texto? Millán espera que no: "Hay estudios sobre psicología cognitiva que demuestran que los conocimientos se asimilan mejor en hoja". Incluso en estos tiempos, alguna victoria le queda al viejo y algo derrotado papel.
J. R. MARCOS / I. SEISDEDOS - Madrid




EL PAÍS - Cultura - 01-03-2009

Todos los caminos llevan al voto.







Desde el final de la Guerra del Golfo, las mujeres de Kuwait han hecho grandes avances en su campaña para obtener el derecho de voto, una causa que defienden hasta las activistas islamistas más enfervorizadas.


Hace cincuenta años, eran pocas las mujeres kuwaitíes que recibían alguna formación, aparte de una somera educación religiosa. Las que pertenecían a familias acomodadas vivían confinadas en sus patios, en un sector de la casa sin ventanas para que no pudieran oírse sus voces desde fuera. La suerte de las pertenecientes a medios más modestos era un poco más llevadera: unas trabajaban como comadronas, casamenteras, costureras y maestras coránicas, otras se dedicaban al comercio ambulante o tenían un puesto en el mercado. Sin embargo, todas las mujeres estaban obligadas a cubrirse en público con un largo manto negro (el abbayat) y a taparse el rostro con un grueso velo también negro, el boshiat. La transformación de Kuwait de una pequeña comunidad marinera dependiente del comercio en uno de los principales países pro d u c t o res de petróleo fue el punto de partida de los cambios. La rapidísima expansión económica generó una demanda de mano de obra instruida, y el Estado puso la educación al alcance de todos los ciudadanos. Las mujeres instruidas se convirtieron en un símbolo de la modernidad, suprimieron el velo negro tradicional, acudieron a la universidad y rivalizaron con los hombres en el mercado de trabajo. En los años 90, las mujeres representaban 35% de la mano de obra potencial del país, y la gran mayoría trabajaban como maestras, médicas, ingenieras y abogadas.

Pese a estos avances espectaculares, las mujeres de Kuwait siguen siendo legalmente consideradas como meros miembros de una familia, con sus derechos y deberes definidos en función de sus papeles de madre, de hija o de viuda. La Constitución no establece diferencias entre mujeres y hombres en relación con los derechos de ciudadanía, pero diversas leyes promulgadas en el marco de esa Constitución son discriminatorias. La Ley de Voto de 1962, por ejemplo, limita el derecho de voto y de presentarse a las elecciones a los hombres.

Después de la Guerra del Golfo, el movimiento femenino de Kuwait hizo de este problema su caballo de batalla, sentando las bases de una alianza entre militantes feministas islamistas y liberales. Para justificar su demanda de derechos políticos, las sufragistas hicieron valer el comportamiento heroico de las mujeres durante la ocupación iraquí. Las mujeres que permanecieron en Kuwait durante la ocupación participaron en la resistencia armada y pusieron sus vidas en peligro pasando clandestinamente alimentos, dinero y medicamentos por los controles militares. Muchas fueron descubiertas, torturadas y condenadas a muerte.

Olvidando esos sacrificios, el Parlamento, exclusivamente masculino, continuó mostrándose reticente a conceder a las mujeres la totalidad de los derechos de ciudadanía. En noviembre de 1999, una coalición islamista-tribalista logró anular un decreto del soberano de Kuwait, el jeque Jaber Al Ahmed Al Sabah, en virtud del cual las mujeres habrían tenido derecho a presentarse como candidatas y a votar en las elecciones parlamentarias y municipales.

Los adversarios se acogen a interpretaciones restrictivas de la ley religiosa para denegar a las mujeres los derechos de ciudadanía. Pero el auténtico motor de sus acciones es una profunda ansiedad ante el estancamiento de la economía. El desempleo creciente e n t re los jóvenes kuwaitíes ha dejado algo quebrantada la identidad masculina y su capacidad para mantener a la familia. La masculinidad está en crisis. No sólo las mujeres empiezan a dominar algunos sectores del mercado de trabajo, sino que también ocupan puestos de poder en el gobierno y la industria. Los cargos de rector de la Universidad de Kuwait, subsecretario del ministerio de Educación Superior y director gerente de la industria petrolera están ocupados por mujeres. El sufragio femenino socavaría la supremacía masculina y reforzaría el poder de las mujeres en la esfera pública. Así pues, a lo largo de todo el decenio de 1990, los islamistas y los beduinos que los apoyan se han valido de diversos argumentos para mantener a la mujer confinada en su identidad tradicional. Según ellos, el aumento de los divorcios y de la delincuencia infantil se deben a que la mujer ha abandonado su papel de siempre. La coalición islamista-tribalista llegó a forzar al Parlamento
a aprobar una ley que autorizaba a las madres trabajadoras a jubilarse prematuramente, con objeto de dejar más empleos libres para los hombres.

No obstante, las mujeres kuwaitíes no están dispuestas a ceder terreno. Tras la anulación del decreto antes mencionado, las militantes presentaron seis querellas contra el ministerio del Interior por no haberles permitido inscribirse en el censo para votar, todo ello con ánimo de forzar una reforma de la Ley de Voto.

La educación ha modificado el punto de vista de las propias mujeres sobre sí mismas y sobre su función en la sociedad. Hasta las islamistas más enardecidas abogan por el derecho de la mujer a votar y a participar en la vida pública. A diferencia de las militantes liberales, que establecieron alianzas con agrupaciones democráticas de hombres, las islamistas optaron por actuar desde el interior de los movimientos religiosos, que durante casi dos decenios vienen actuando como day’at ( predicadores), convirtiendo a las muchachas al Islam y ensalzando las virtudes de una sociedad moral, e incluso lograron popularizar el velo islámico.
De hecho, la participación en los movimientos islamistas ha dado a la mujer nuevas formas de poder y visibilidad. La idealización de su función de madres y educadoras ha reforzado su autoridad en el hogar. Al mismo tiempo, al exaltar la importancia del recato femenino, las islamistas se han ganado el respeto de todos en el foro. Las militantes islamistas comparten con los hombres el sueño de una sociedad islámica regida por la religión. Sin embargo, su sociedad ideal difiere del orden machista en el que las mujeres se ven privadas del derecho de voto y sus funciones son sólo las que su constitución biológica les impone.
Las islamistas suscriben hoy una concepción más autónoma de la sociedad islámica y de los papeles que corresponden a uno y otro género. El hecho de trabajar dentro de movimientos religiosos les ha permitido entablar un diálogo sobre los derechos de la mujer y crear un nuevo modelo de feminidad musulmana. El militantismo femenino en Kuwait re fleja hoy la diversidad de las opciones y aspiraciones de las mujeres en su lucha por la equidad entre los sexos
.






Por HAYA AL-MUGHNI

El correo de la UNUESCO, marzo 2001