Desde el final de la Guerra del Golfo, las mujeres de Kuwait han hecho grandes avances en su campaña para obtener el derecho de voto, una causa que defienden hasta las activistas islamistas más enfervorizadas.
Hace cincuenta años, eran pocas las mujeres kuwaitíes que recibían alguna formación, aparte de una somera educación religiosa. Las que pertenecían a familias acomodadas vivían confinadas en sus patios, en un sector de la casa sin ventanas para que no pudieran oírse sus voces desde fuera. La suerte de las pertenecientes a medios más modestos era un poco más llevadera: unas trabajaban como comadronas, casamenteras, costureras y maestras coránicas, otras se dedicaban al comercio ambulante o tenían un puesto en el mercado. Sin embargo, todas las mujeres estaban obligadas a cubrirse en público con un largo manto negro (el abbayat) y a taparse el rostro con un grueso velo también negro, el boshiat. La transformación de Kuwait de una pequeña comunidad marinera dependiente del comercio en uno de los principales países pro d u c t o res de petróleo fue el punto de partida de los cambios. La rapidísima expansión económica generó una demanda de mano de obra instruida, y el Estado puso la educación al alcance de todos los ciudadanos. Las mujeres instruidas se convirtieron en un símbolo de la modernidad, suprimieron el velo negro tradicional, acudieron a la universidad y rivalizaron con los hombres en el mercado de trabajo. En los años 90, las mujeres representaban 35% de la mano de obra potencial del país, y la gran mayoría trabajaban como maestras, médicas, ingenieras y abogadas.
Pese a estos avances espectaculares, las mujeres de Kuwait siguen siendo legalmente consideradas como meros miembros de una familia, con sus derechos y deberes definidos en función de sus papeles de madre, de hija o de viuda. La Constitución no establece diferencias entre mujeres y hombres en relación con los derechos de ciudadanía, pero diversas leyes promulgadas en el marco de esa Constitución son discriminatorias. La Ley de Voto de 1962, por ejemplo, limita el derecho de voto y de presentarse a las elecciones a los hombres.
Después de la Guerra del Golfo, el movimiento femenino de Kuwait hizo de este problema su caballo de batalla, sentando las bases de una alianza entre militantes feministas islamistas y liberales. Para justificar su demanda de derechos políticos, las sufragistas hicieron valer el comportamiento heroico de las mujeres durante la ocupación iraquí. Las mujeres que permanecieron en Kuwait durante la ocupación participaron en la resistencia armada y pusieron sus vidas en peligro pasando clandestinamente alimentos, dinero y medicamentos por los controles militares. Muchas fueron descubiertas, torturadas y condenadas a muerte.
Olvidando esos sacrificios, el Parlamento, exclusivamente masculino, continuó mostrándose reticente a conceder a las mujeres la totalidad de los derechos de ciudadanía. En noviembre de 1999, una coalición islamista-tribalista logró anular un decreto del soberano de Kuwait, el jeque Jaber Al Ahmed Al Sabah, en virtud del cual las mujeres habrían tenido derecho a presentarse como candidatas y a votar en las elecciones parlamentarias y municipales.
Los adversarios se acogen a interpretaciones restrictivas de la ley religiosa para denegar a las mujeres los derechos de ciudadanía. Pero el auténtico motor de sus acciones es una profunda ansiedad ante el estancamiento de la economía. El desempleo creciente e n t re los jóvenes kuwaitíes ha dejado algo quebrantada la identidad masculina y su capacidad para mantener a la familia. La masculinidad está en crisis. No sólo las mujeres empiezan a dominar algunos sectores del mercado de trabajo, sino que también ocupan puestos de poder en el gobierno y la industria. Los cargos de rector de la Universidad de Kuwait, subsecretario del ministerio de Educación Superior y director gerente de la industria petrolera están ocupados por mujeres. El sufragio femenino socavaría la supremacía masculina y reforzaría el poder de las mujeres en la esfera pública. Así pues, a lo largo de todo el decenio de 1990, los islamistas y los beduinos que los apoyan se han valido de diversos argumentos para mantener a la mujer confinada en su identidad tradicional. Según ellos, el aumento de los divorcios y de la delincuencia infantil se deben a que la mujer ha abandonado su papel de siempre. La coalición islamista-tribalista llegó a forzar al Parlamento
a aprobar una ley que autorizaba a las madres trabajadoras a jubilarse prematuramente, con objeto de dejar más empleos libres para los hombres.
No obstante, las mujeres kuwaitíes no están dispuestas a ceder terreno. Tras la anulación del decreto antes mencionado, las militantes presentaron seis querellas contra el ministerio del Interior por no haberles permitido inscribirse en el censo para votar, todo ello con ánimo de forzar una reforma de la Ley de Voto.
La educación ha modificado el punto de vista de las propias mujeres sobre sí mismas y sobre su función en la sociedad. Hasta las islamistas más enardecidas abogan por el derecho de la mujer a votar y a participar en la vida pública. A diferencia de las militantes liberales, que establecieron alianzas con agrupaciones democráticas de hombres, las islamistas optaron por actuar desde el interior de los movimientos religiosos, que durante casi dos decenios vienen actuando como day’at ( predicadores), convirtiendo a las muchachas al Islam y ensalzando las virtudes de una sociedad moral, e incluso lograron popularizar el velo islámico.
De hecho, la participación en los movimientos islamistas ha dado a la mujer nuevas formas de poder y visibilidad. La idealización de su función de madres y educadoras ha reforzado su autoridad en el hogar. Al mismo tiempo, al exaltar la importancia del recato femenino, las islamistas se han ganado el respeto de todos en el foro. Las militantes islamistas comparten con los hombres el sueño de una sociedad islámica regida por la religión. Sin embargo, su sociedad ideal difiere del orden machista en el que las mujeres se ven privadas del derecho de voto y sus funciones son sólo las que su constitución biológica les impone.
Las islamistas suscriben hoy una concepción más autónoma de la sociedad islámica y de los papeles que corresponden a uno y otro género. El hecho de trabajar dentro de movimientos religiosos les ha permitido entablar un diálogo sobre los derechos de la mujer y crear un nuevo modelo de feminidad musulmana. El militantismo femenino en Kuwait re fleja hoy la diversidad de las opciones y aspiraciones de las mujeres en su lucha por la equidad entre los sexos.
Hace cincuenta años, eran pocas las mujeres kuwaitíes que recibían alguna formación, aparte de una somera educación religiosa. Las que pertenecían a familias acomodadas vivían confinadas en sus patios, en un sector de la casa sin ventanas para que no pudieran oírse sus voces desde fuera. La suerte de las pertenecientes a medios más modestos era un poco más llevadera: unas trabajaban como comadronas, casamenteras, costureras y maestras coránicas, otras se dedicaban al comercio ambulante o tenían un puesto en el mercado. Sin embargo, todas las mujeres estaban obligadas a cubrirse en público con un largo manto negro (el abbayat) y a taparse el rostro con un grueso velo también negro, el boshiat. La transformación de Kuwait de una pequeña comunidad marinera dependiente del comercio en uno de los principales países pro d u c t o res de petróleo fue el punto de partida de los cambios. La rapidísima expansión económica generó una demanda de mano de obra instruida, y el Estado puso la educación al alcance de todos los ciudadanos. Las mujeres instruidas se convirtieron en un símbolo de la modernidad, suprimieron el velo negro tradicional, acudieron a la universidad y rivalizaron con los hombres en el mercado de trabajo. En los años 90, las mujeres representaban 35% de la mano de obra potencial del país, y la gran mayoría trabajaban como maestras, médicas, ingenieras y abogadas.
Pese a estos avances espectaculares, las mujeres de Kuwait siguen siendo legalmente consideradas como meros miembros de una familia, con sus derechos y deberes definidos en función de sus papeles de madre, de hija o de viuda. La Constitución no establece diferencias entre mujeres y hombres en relación con los derechos de ciudadanía, pero diversas leyes promulgadas en el marco de esa Constitución son discriminatorias. La Ley de Voto de 1962, por ejemplo, limita el derecho de voto y de presentarse a las elecciones a los hombres.
Después de la Guerra del Golfo, el movimiento femenino de Kuwait hizo de este problema su caballo de batalla, sentando las bases de una alianza entre militantes feministas islamistas y liberales. Para justificar su demanda de derechos políticos, las sufragistas hicieron valer el comportamiento heroico de las mujeres durante la ocupación iraquí. Las mujeres que permanecieron en Kuwait durante la ocupación participaron en la resistencia armada y pusieron sus vidas en peligro pasando clandestinamente alimentos, dinero y medicamentos por los controles militares. Muchas fueron descubiertas, torturadas y condenadas a muerte.
Olvidando esos sacrificios, el Parlamento, exclusivamente masculino, continuó mostrándose reticente a conceder a las mujeres la totalidad de los derechos de ciudadanía. En noviembre de 1999, una coalición islamista-tribalista logró anular un decreto del soberano de Kuwait, el jeque Jaber Al Ahmed Al Sabah, en virtud del cual las mujeres habrían tenido derecho a presentarse como candidatas y a votar en las elecciones parlamentarias y municipales.
Los adversarios se acogen a interpretaciones restrictivas de la ley religiosa para denegar a las mujeres los derechos de ciudadanía. Pero el auténtico motor de sus acciones es una profunda ansiedad ante el estancamiento de la economía. El desempleo creciente e n t re los jóvenes kuwaitíes ha dejado algo quebrantada la identidad masculina y su capacidad para mantener a la familia. La masculinidad está en crisis. No sólo las mujeres empiezan a dominar algunos sectores del mercado de trabajo, sino que también ocupan puestos de poder en el gobierno y la industria. Los cargos de rector de la Universidad de Kuwait, subsecretario del ministerio de Educación Superior y director gerente de la industria petrolera están ocupados por mujeres. El sufragio femenino socavaría la supremacía masculina y reforzaría el poder de las mujeres en la esfera pública. Así pues, a lo largo de todo el decenio de 1990, los islamistas y los beduinos que los apoyan se han valido de diversos argumentos para mantener a la mujer confinada en su identidad tradicional. Según ellos, el aumento de los divorcios y de la delincuencia infantil se deben a que la mujer ha abandonado su papel de siempre. La coalición islamista-tribalista llegó a forzar al Parlamento
a aprobar una ley que autorizaba a las madres trabajadoras a jubilarse prematuramente, con objeto de dejar más empleos libres para los hombres.
No obstante, las mujeres kuwaitíes no están dispuestas a ceder terreno. Tras la anulación del decreto antes mencionado, las militantes presentaron seis querellas contra el ministerio del Interior por no haberles permitido inscribirse en el censo para votar, todo ello con ánimo de forzar una reforma de la Ley de Voto.
La educación ha modificado el punto de vista de las propias mujeres sobre sí mismas y sobre su función en la sociedad. Hasta las islamistas más enardecidas abogan por el derecho de la mujer a votar y a participar en la vida pública. A diferencia de las militantes liberales, que establecieron alianzas con agrupaciones democráticas de hombres, las islamistas optaron por actuar desde el interior de los movimientos religiosos, que durante casi dos decenios vienen actuando como day’at ( predicadores), convirtiendo a las muchachas al Islam y ensalzando las virtudes de una sociedad moral, e incluso lograron popularizar el velo islámico.
De hecho, la participación en los movimientos islamistas ha dado a la mujer nuevas formas de poder y visibilidad. La idealización de su función de madres y educadoras ha reforzado su autoridad en el hogar. Al mismo tiempo, al exaltar la importancia del recato femenino, las islamistas se han ganado el respeto de todos en el foro. Las militantes islamistas comparten con los hombres el sueño de una sociedad islámica regida por la religión. Sin embargo, su sociedad ideal difiere del orden machista en el que las mujeres se ven privadas del derecho de voto y sus funciones son sólo las que su constitución biológica les impone.
Las islamistas suscriben hoy una concepción más autónoma de la sociedad islámica y de los papeles que corresponden a uno y otro género. El hecho de trabajar dentro de movimientos religiosos les ha permitido entablar un diálogo sobre los derechos de la mujer y crear un nuevo modelo de feminidad musulmana. El militantismo femenino en Kuwait re fleja hoy la diversidad de las opciones y aspiraciones de las mujeres en su lucha por la equidad entre los sexos.
Por HAYA AL-MUGHNI
El correo de la UNUESCO, marzo 2001
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